La vocación religiosa es un don y una llamada especial de Dios, recibida en fe, y cultivada y discernida en la oración. Este proceso de formación permite a la joven crecer y madurar en su respuesta a la llamada que Dios le hace. Este don especial, Dios lo da a quien quiere, y es Él, quien dispone, mueve y ayuda a los llamados, concediéndoles las gracias y dotes necesarias para abrazar el estado religioso y perseverar en él.
Cada uno es llamado a hacer algo en su vida.
La vocación es una cierta manera de vivir la vida, comprenderla y ordenarla como un servicio. Pero la llamada origen de la vocación no emana de la persona sino de Dios
La vocación es ser llamado, ser llamado por y ser llamado para. Esto requiere una escucha, una respuesta que solo se da en la oración
Para los cristianos, la llamada viene de Dios, de la Palabra de Dios que invita a seguirle y a ser testigos en el mundo y en la historia. Todo cristiano por su bautismo está llamado a hacer de su vida una respuesta y un servicio.
Cualquiera que sea la vocación, todos estamos llamados a la santidad, a participar en la plenitud del amor de Dios, a amar y a ser feliz para hacer felices a los demás.
La santidad es una llamada universal dirigida por Dios a todos los bautizados. Esta vocación se recibe en el seno de una Comunidad. La santidad es una gracia ya dada que es preciso hacer fructificar con todos los esfuerzos que hacemos para engrandecerla con la fe y la caridad.
Entre los cristianos, algunos son llamados a consagrar su vida con un don total a Dios y al servicio de una misión como sacerdote religioso o religiosa, laico consagrado... Es lo que se llama también vocaciones específicas o vocaciones particulares.
Toda llamada, a la vocación que sea, tiene como origen a Dios y como fin la realización de la persona dentro de los marcos en los cuales se puede realizar mejor su afán de ser feliz y hacer felices a los demás.